Whiplash: la leyenda de Lillian von der Walde Moheno

Foto: José Antonio López/La Jornada 


|Por José Carlos Vilchis Fraustro|



[Perfiles]


La primera vez que vi Whiplash fue clarísimo para mí. Yo tuve a mi propia Terence Fletcher. A mi propia maestra que estaba en la UAMI, de un elevado nivel de exigencia, de una actitud académica hecha exacta y precisamente para empujar a sus estudiantes más allá de sus propias expectativas. No a niveles psicóticos, deseo aclarar, ni con métodos cuestionables, como el aclamado personaje interpretado por J.K. Simmons. 


Lo primero que escuché, el primer día de su clase, fue: “yo soy la bruja de la que hablan en los pasillos”, mientras nos miraba con sus ojos clarísimos, de un verde profundo, y sin dejar de sonreír. Sí, ella ya sabía de su fama de bruja maldita. Y ella sabía que nosotros sabíamos, mirándonos como en un cuadro de duelo de pistoleros del Viejo Oeste. 


Era la pesadilla de los estudiantes impuntuales, o que estaban inscritos en su materia sólo para ver qué pasaba. Era la que despedazaba los comentarios del oportunista promedio, aquel que no leía y si no se le notaba para nosotros, frente a ella surgía desgranado como un arcoíris. Era la que exigía. 


Una pléyade de reprobados, en las épocas en que aún no existían las redes sociales, eran la única fuente de información y fiabilidad sobre esa mujer temida por los estudiantes de Letras Hispánicas en la UAM Iztapalapa. Todos nos alineábamos en los pasillos del edificio “E” a fumar y conversar. Siempre sonaba von der Walde, en medio de volutas de humo, como aquella profesora de cátedra impasable y que no regalaba nada. Era la que exigía. La que mandaba. 


En muchas anécdotas, surgía su tenacidad con la disciplina, y pedir llegar con mares de lecturas hechas. Sagaz sabueso que sabía cuando sus estudiantes no leían o no sabían; detectaba plagios en un abrir y cerrar de ojos, en una época que no existía la tecnología para hacerlo. Si se veía su listado de calificaciones finales, en el cubículo F245 del edificio “E”, aparecían puras miserias al fin del trimestre. Dice la leyenda que alguna legendaria vez, en aquellos legendarios años, en grupos de 30 estudiantes, se lograron ver más de dos legendarias MB*, y acaso más de tres B* en una misma lista de calificaciones. De esas generaciones nadie tiene la prueba, pero la leyenda sigue vigente. Era la que exigía. La que mandaba. El puto amo.


Muchos preferían esperar que llegara otra profesora, que se fuera de sabático, que tomara un cargo, que como dijera Silvio, le pasara una luz cegadora, o le diera un disparo de nieve: cualquier cosa que alejara aquella profesora de la cátedra de Literatura Hispánica Medieval, Temas selectos y Escritores Medievales Españoles. El sueño guajiro de intentar pasar de manera fácil esas materias. Y es que uno tenía que estar en su clase para saber de esa fama, personalmente. Por ello me inscribí a su materia (y por hocicón en una cervecería: “yo si soy muy lión…”, creo haber dicho, con unos tragos encima). Y recuerdo que llegué para salvar el honor de la palabra ardiente en malta, pero al escucharla me dio una socratitis aguda de una sentada: sólo supe que no sabía nada. Me encontré con una catedrática llena de conocimiento, pasión, honestidad, seriedad, disciplina, serenidad y muy desafiante, que decía abiertamente y con franqueza qué esperaba de sus estudiantes. Y era algo muy sencillo: pasión por la literatura, para darle forma con disciplina y rigor científico, con una cosa que no conocíamos en aquel entonces, y que llamaba filología. 


En aquellos años le rehuían los estudiantes, eso era un hecho. Los ponía a leer literatura antigua, en lenguaje antiguo. A integrar la cedilla en su habla, a investigar qué diablos quiere decir “Delos sos oios tan fuertemientre llorando/ tornava la cabeça e estávalos catando/ vio puertas abiertas e uços sin cañados/ alcándaras vazías sin pielles e sin mantos”. Así es como el segundo día de su clase tiré mi edición del Poema del Mío Çid a la basura porque no servía: estaba modernizado, no tenía notas ni estudio introductorio, ni me enseñaba a ver y entender el contexto de la obra, ni dar mis primeros pasos en eso llamado ecdótica y crítica textual. 


Von der Walde hasta la fecha exige conocimiento de los antecedentes históricos del texto, de los usos del lenguaje, de la filosofía y teoría literaria y del pensamiento para estudiarlo. Y es imposible no hacerlo en otros periodos estéticos. Eso es lo que transforma a sus estudiantes. Es difícil ser su alumno sin tener cambios, sin que se mude la piel, sin que florezca la pasión. 


Tengo una teoría. Todos los que me contaron de su alto nivel de dificultad simplemente decidieron no disciplinarse con la rigurosidad y exigencia a su estilo. De ahí las historias de terror. Y varios confesaban, al tiempo, que eran estudiantes con otras expectativas. Dejaron de ver que la “bruja” te tenía los doce rounds contra las cuerdas, todo vapuleado, pero podías mantenerte en pie y con la dignidad intacta; y que era justa y alentadora para los que hacían sus primeras incursiones en la crítica literaria, y que los valoraba con ánimo: hasta la fecha es una catedrática que confía en la emergencia de talentos en la filología, para entornos muy exigentes, cuando nadie está dispuesto a hacerlo.


¿Qué si es rigurosa? Claro que sí. Lo comprobé con creces. Reprobé en cuatro ocasiones Literatura Hispánica Medieval. Una por flojo. Otra por confiado. Las otras dos por güey. En mi última oportunidad, si no pasaba me iba de la universidad, por reglamento. En un examen durísimo, le demostré que sabía de qué estaba hablando, con conocimiento de autores y obras, de teoría literaria, de historia y de filología. Le demostré que tenía conmigo sus lecciones. Si hubiésemos sido Fletcher y Newman de Whiplash, ella sabría con seguridad que aprendí Caravan de memoria. Ella juzgará ahora si salí o no con su tempo. Y que me avienten una silla. Lillian sabe que la silla lamentará no haberme evitado a mí.


En fin, lo que más comprobé de ser su discípulo, fue su capacidad de reconocimiento. Son su clase, sus enseñanzas, su disciplina y ética el mejor legado que me dejó en la vida. Y el regalo más simple, pero más valioso para mí, es su amistad, su reconocimiento como colega. Porque soy su tesista de la licenciatura y del doctorado: dos veces porque me encanta la mala vida, como ella dice. Porque en una época en la que pensé que no tenía cabida en la literatura, que estaba siendo excluido de toda cátedra, von der Walde fue aquella imponente mujer que me tendió la mano, me enseñó exactamente lo que necesitaba saber, y me introdujo al medievalismo y la crítica literaria con el temido rigor, la exigente disciplina, la ordenada metodología. No soy el único, y puedo decir que sigue haciendo lo mismo. Sigue formando gente para la literatura que no sólo es arte, sino disciplina científica: celosa de los suyos, de su gremio y de sus hijos, exigente y honesta, como la propia von der Walde. 



Para saber más: 

  • Lillian von der Walde es una filóloga hispánica medieval, adscrita al área de investigación en semiología y catedrática de la UAM Iztapalapa. Hispanista de muy amplia trayectoria, es Dra. en Literatura Hispánica por el Colegio de México, forma parte del grupo de investigadores fundadores del proyecto Medievalia, ha sido presidenta de la Asociación Internacional de Teatro Español y Novohispano de los Siglos de Oro. 
  • Portal académico de la Dra. Lillian von der Walde: https://www.waldemoheno.net/ 
  • Sitio oficial de Whiplash, dirigida por Damien Chazelle, protagonizada por Miles Teller y J. K. Simmons: https://www.sonyclassics.com/whiplash/
  • “De los sos oios tan fuertemientre”. Comentarios de los versos 1-9 del Poema de Mío Çid: https://www.uma.es/media/tinyimages/file/CCMC.pdf
  • * El sistema de calificación de la UAM Iztapalapa se desglosa en MB como la calificación más alta, hasta el NA o el NP como las calificaciones no aprobatorias. MB= Muy Bien, B= Bien, S= Suficiente, NA= No Acreditado, NP= No Presentó. Los que reprobábamos resignificábamos los valores: MB= Muy Burro, B= Burro, S= Superior, NA= Niño Aplicado, NP= Niño Prodigio. 

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José Carlos Vilchis Fraustro


Es escritor y filólogo hispánico por la UAM Iztapalapa y por la FFyL de la UNAM. 
Es profesor investigador de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM) y fundador del Grupo Interdisciplinario de Investigación en Humanidades de la UACM. 

Candidato a investigador por el SNI, hace investigación de oralidad, escritura y modelos narratológicos y culturales, además de literatura medieval.






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